“El arte fue una manera de sanarme de mi cáncer de mama”

Mónica Giannini, compañera de la Fundación Integralia DKV, nos desvela cómo vivió una enfermedad que cada año golpea a casi 35.000 mujeres en España

Lazo rosa
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Primer acto. El diagnóstico

La soledad de un artista cuando baja el telón debe ser parecida. Mónica Giannini se quita la peluca, se desmaquilla y se desviste. Está delante del espejo, con la cabeza rapada, con los pómulos perdiendo el volumen del maquillaje y viendo su cuerpo, que antes era tan macizo y delicado, y que ahora parece que se repliegue sobre sí mismo, como un bonsái enfermo, con una cicatriz que no solo atraviesa su pecho derecho, sino toda la habitación; también lo que hay más allá de la puerta, cuatro hijos, de entre 12 y 22 años, que ven solo lo que la artista está dispuesta a enseñar. Bonsái enfermo, preguntándose en la soledad de los bastidores cuando acabará la función, pero, sobre todo, qué sentido tiene el argumento de esta obra.

Porque las historias no se saben cuándo terminan, pero sí cuándo empiezan. Y este comienzo lo hemos escuchado muchas veces. "Tienes una cosa que no tiene buena pinta”, le dijo el ginecólogo. Era una exploración rutinaria, a la que tantos millones de mujeres asisten cada año, con un pensamiento en la recámara y que guarda esa remotísima posibilidad en la que tanto nos asusta proyectarnos. Lo cambia todo. Porque sabemos cuándo comienzan las historias, pero no queremos que nadie nos recuerde que algún día también se terminan.

"Salí de la clínica y me senté en un parque. Estuve horas allí sentada. Pensé ‘creo que me han dicho que tengo cáncer’. Me acordé de Rocío Jurado, que se había operado en una clínica de Houston, la MD Anderson, y que justo habían abierto una clínica en Madrid".

Todo lo demás sucede rápido. Llamar a la clínica. “Una prueba detrás de otra”. Y cuando quieres darte cuenta, comienza la quimioterapia, que arrasa con todo. Es como un incendio que devora lo que encuentra a su paso. Elimina las malas hierbas, pero también lo que está sano. Elimina el cáncer, pero deja el resto de tu cuerpo como una tierra yerma que algún día habrá que volver a abonar.

Mónica tiene una consigna clara. "No dejar que nadie me vea así".

Segundo acto: el arte 

Mónica comienza a pintar e ilustrar más que nunca. Óleo, arte digital, acuarela. El estilo no importa. O importa poco. El contenido: una mujer en una eterna lucha entre su sensualidad y sus demonios internos. La forma: facciones marcadas, desnudos, cicatrices. Un día, un amigo le dijo “pero si esa eres tú”. Mónica le miró extrañada y luego revisó sus pinturas. “Es evidente que aquella mujer era yo, pero, hasta entonces, no me había dado cuenta. A decir verdad, esas pinturas me representaban mucho en ese momento. Al hospital siempre iba muy coqueta. Me ponía una especie de careta en el cuerpo, me maquillaba y tenía una peluca ideal. Eso desde las 10 de la mañana hasta las 23 de la noche. Luego me metía en la habitación y me enfrentaba a mi auténtico estado: débil, sin pelo y con ganas de vomitar. Estuve así un año”.

Arteterapia. Así se llama el concepto. Hay multitud de evidencias científicas que demuestran que el arte ayuda a combatir la ansiedad y la depresión en pacientes oncológicos. Una de estas evidencias fue un estudio publicado en la revista Journal of Psychosocial Oncology, con datos de más de 750 pacientes de cáncer de mama. Marta Capelá, experta en arteterapia del Hospital Vall d’Hebron, considera que “tanto la creación de arte, como su contemplación, ayuda a entender la vida y transitar el desasosiego, expresando lo que a veces resulta inexpresable”.

Antes de aquella visita al ginecólogo, Mónica hacía sus primeros pinitos en el mundo del arte. Una exposición por allí, una entrevista a un periódico por allá. Cuando apareció el cáncer de mama, en enero del año 2013, su creatividad, su vida, se volvió monotemática. “Necesitaba expresar lo que sentía sin pudor ni vergüenza. Evidentemente, cuando te pasa una cosa así, es muy lógico que forme parte de tu proceso de creación. Fue una manera de sanarme”.

Tercer acto: el final

La soledad del artista. Quitarte la peluca mientras fuera todavía retumban los aplausos. “Conseguí ser una referente para muchas mujeres que, como yo, estaban atravesando un cáncer de mama.” Mónica dio talleres y charlas sobre la gestión emocional y el cuidado de la autoimagen para mujeres que recibían su tratamiento en la misma clínica que ella. También creó una página en Facebook, con relativo éxito, donde relataba su lucha contra el cáncer. Sus avances, pero también sus retrocesos. “Por ejemplo, no te puedes imaginar la importancia del pelo. Cuando te rapan la cabeza, te quitan los espejos y estás con varios psicólogos. Y te dan una peluca, que yo la llamé Cristina. Fue importantísima para mí. Aún la tengo guardada, por si acaso”.

Años más tarde queda el orgullo, pero también las secuelas. “Dolores de cabeza, cansancio general, caída de los dientes. El otro día se me cayó un colmillo en el trabajo. Yo me reí y mis compañeros también, pero es una muestra más de cómo la quimioterapia te cura, sí, pero también te destroza el cuerpo. Por eso, tengo una discapacidad”. Ahora, Mónica trabaja en la Fundación DKV Integralia. “Comencé realizando un curso y ahora estoy dirigiendo a un equipo. Me ha ayudado mucho trabajar junto a más personas con discapacidad porque, lógicamente, tenemos mucho en común, y siento que ayudo a las personas que más lo necesitan a empoderarlas. Me ayuda mucho”.

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Imágenes cedidas por Mónica Giannini. Puedes seguir su cuenta de Instagram Giannini art_giannini