Además de adaptarnos al confinamiento, puede que el coronavirus nos traiga algún cambio de estilo de vida que mantener cuando termine la larga cuarentena
¿Qué relación tienen los conceptos coronavirus y contaminación?
Los efectos sobre el medio ambiente más visibles están en decenas de vídeos inauditos que circulan por las redes sociales. Por un lado, las desoladoras imágenes de miles de mascarillas acumuladas en playas de islas deshabitadas del archipiélago de Soko (entre Hong Kong y Lantau). Testigos de la mala gestión del material sanitario y de protección contra el coronavirus que se suman a la contaminación de los océanos. Por otro lado, nos sorprenden las cristalinas aguas de los canales de Venecia, —transparentes porque se ha frenado el trasiego de hélices que levantan los sedimentos del fondo y alejan los peces—, o los ciervos sika de Japón masticando los parterres de jardines particulares, —a falta de turistas en los parques con tostadas de arroz en búsqueda del selfie con Bambi.
Que nadie sufra porque no hay quien tire migas a las palomas. Igual que los jabalís que estos días se atreven a trotar por la vaciada Diagonal de Barcelona, los animales son capaces de adaptarse a un entorno con y sin humanos. La narrativa de que las poblaciones de vida salvaje se recuperarán dramáticamente y retomarán las ciudades es una fantasía evocadora. Estas imágenes son el recordatorio de que los animales siempre han vivido en el mismo territorio que nosotros. No pensamos en nuestras ciudades como parte de la naturaleza, pero lo son.
Las últimas investigaciones [1] sugieren que los brotes de enfermedades transmitidas por animales y otras enfermedades infecciosas como el Ébola, SARS, gripe aviar y ahora Covid-19, están en aumento. Los patógenos se cruzan de animales a humanos a medida que acentuamos la pérdida de hábitats y de biodiversidad, y pueden propagarse rápidamente a nuevos lugares. El famoso CDC de las series estadounidenses (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) estima que el 75% de las enfermedades nuevas o emergentes que infectan a los humanos se originan en animales.
Coronavirus y contaminación del aire
Aunque es un efecto menos fotografiable, la espectacular caída de la contaminación del aire es visible desde las imágenes de satélites. Los cambios en el norte de Italia son particularmente sorprendentes porque el humo de su densa área industrial tiende a quedar atrapado contra los Alpes al final del valle del Po, uno de los puntos críticos de contaminación de Europa occidental. Desde que el país entró en cuarentena el 9 de marzo, los niveles de NO2 en Milán han disminuido cerca de un 40%. Una caída sin precedentes, ningún episodio de baja contaminación había durado tanto tiempo ni por efectos meteorológicos.
Es hora que superemos la idea de que las muertes por contaminación del aire se dan solo en ciudades sobrepobladas de China o en los fogones de África. En Asia la reducción[2] de esperanza de vida debida a la contaminación del aire es de 3,9 años (media); en África de 3,1; en Europa 2,2 años; en América del Norte de 1,4 y en Sudamérica de 1 año. A nivel mundial, la pérdida de esperanza de vida media debido a la contaminación del aire (2,9 años perdidos) rivaliza con la provocada por el tabaco y supera todas las formas de violencia mundiales juntas. Es mayor que la media de pérdida de años de vida causados por el VIH/ SIDA (0,7), o por las enfermedades trasmitidas por parásitos u otros vectores (0,6).
Los científicos del cambio climático están tomando buena nota sobre lo que una economía baja en carbono podría representar para mitigar el calentamiento global. Pero los efectos más inmediatos de la reducción de la contaminación del aire afectan la salud humana. Aunque aún no se han publicado estudios peer-reviewed que midan este impacto real en la salud, todas las señales indican una reducción en la carga de enfermedad asociada a la contaminación. Aunque nada compensará la devastación de la pandemia, este desastre de salud global es una oportunidad para evaluar qué aspectos de la vida moderna son realmente necesarios y qué cambios podrían ser posibles si modificamos nuestro estilo de vida a escala global.
Coronavirus y contaminación: aprendiendo para el día después
Resulta sorprendente ver cómo, con la convicción adecuada, somos capaces de cambiar en un instante. No hemos sabido comunicar que el cambio climático perjudica la salud aunque es obvio que vivíamos en un modelo caducado. Como el tabaco, estamos menos dispuestos a modificar nuestro comportamiento cuanto más lejano parezcan las consecuencias de no hacerlo.
En la COP25, Greta Thunberg criticó la frivolidad de los políticos que trataban de negociar con el calentamiento global. No podemos sentar la naturaleza a negociar, pero sí podemos aprender de ella. Y la mejor estrategia biológica de supervivencia en cualquier hábitat siempre fue la colaboración, no la competición. Quizá el coronavirus nos resitúe porque nos obliga a cooperar y a compartir lo mejor de nosotros. Hasta ahora era incompatible atender las exigencias ambientales con nuestros estilos de vida y actividad económica. Pero hemos arrancado 2020 con un par de sustos: la borrasca Gloria y el coronavirus. La salud humana no mejorará en un planeta que enferma. Más vale que pongamos nuestros esfuerzos y recursos en lo que de verdad importa.
Bibliografía
[1] Global rise in human infectious disease outbreaks, Katherine F. Smith, Michael Goldberg, Samantha Rosenthal, Lynn Carlson, Jane Chen, Cici Chen and Sohini Ramachandran. Journal of The Royal Society Interface, 06 December 2014 https://doi.org/10.1098/rsif.2014.0950
[2] Jos Lelieveld, Andrea Pozzer, Ulrich Pöschl, Mohammed Fnais, Andy Haines, Thomas Münzel, Loss of life expectancy from air pollution compared to other risk factors: a worldwide perspective, Cardiovascular Research, https://doi.org/10.1093/cvr/cvaa025