Impacto de la contaminación en los edificios y monumentos históricos
La contaminación del aire también puede ensuciar y provocar daños estructurales en algunos edificios y monumentos históricos
Deterioro acelerado de los monumentos
Los edificios y monumentos históricos están sometidos a la acción contínua de todos los compuestos que se encuentran en la atmósfera y que pueden interaccionar con ellos. Así lo indica un artículo publicado en el repositorio institucional del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que destaca que la polución atmosférica puede deteriorar estas estructuras y supone, además, una importante fuente de pérdidas económicas en áreas urbanas.
“La emisión de partículas contaminantes y su acumulación en la atmósfera afectan enormemente a la conservación del patrimonio arquitectónico, generando lesiones en los materiales y provocando un deterioro acelerado de los monumentos”, explica Esther Moreno, profesora titular de materiales de construcción de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM) de la Universidad Politécnica de Madrid.
Cuando las partículas de polvo atmosférico o de otros elementos suspendidos en el aire entran en contacto con una fachada y, especialmente, con sus poros, pueden ensuciar un edificio, según Moreno. “A mayor superficie porosa y a mayor cantidad de partículas en suspensión en la atmósfera, mayor será la posibilidad de ensuciamiento”, señala.
Además de que los contaminantes pueden deteriorar estéticamente las fachadas de los edificios, la experta subraya que también pueden producir reacciones químicas que provocan daños estructurales. Los contaminantes acidificantes pueden causar, además, una corrosión de metales, según una revisión publicada en Journal of Cultural Heritage.
Costras negras en algunos edificios históricos
En algunos monumentos históricos expuestos a la contaminación exterior se forman unas costras negras que provocan su ennegrecimiento, tal y como indica un artículo publicado en la revista Environmental Research. Por ejemplo, en la Fontana di Trevi (Roma, Italia), la Catedral de Sevilla o la Biblioteca de Adriano en Atenas (Grecia).
El dióxido de azufre (SO2) es uno de los principales responsables del deterioro de los materiales pétreos (procedentes de las rocas), según Moreno. Este gas se origina sobre todo durante la combustión de carburantes fósiles que contienen azufre (como el petróleo).
Con la abundancia de luz y humedad, las bacterias u otros catalizadores, el SO2 se transforma en SO3 (trióxido de azufre). Este compuesto, en contacto con el agua, forma ácido sulfúrico.
“El ácido sulfúrico, arrastrado por la lluvia, junto con partículas sólidas de hollín, cenizas y carbón, ataca la piedra formando las denominadas costras negras”, señala Moreno. Estas costras, según cuenta la experta, están constituidas fundamentalmente por sulfato cálcico (yeso), que se forma por la reacción del ácido sulfúrico y el calcio que contienen los minerales de los materiales pétreos.
Dióxido de carbono y degradación de los edificios
El dióxido de carbono (CO2) también puede contribuir al deterioro de ciertos edificios. Este gas se combina con la humedad ambiental para formar ácido carbónico, según cuenta Moreno.
El ácido carbónico ataca fundamentalmente a materiales como las piedras calizas al transformarse en bicarbonato cálcico. Además de ser muy soluble, este compuesto puede penetrar en los poros de la fachada del edificio al ser lavado por el agua de la lluvia y generar tensiones internas que provocan una pérdida del material. En este caso, Moreno explica que son especialmente sensibles tanto las calizas como los mármoles y las areniscas con cementante calcáreo (compuestos en parte de carbonato de calcio).
En ocasiones, la disolución del ácido carbónico y el carbonato de calcio llega a la superficie de la piedra y se encuentra en un ambiente seco porque se evapora el agua. Cuando esto ocurre, “se transforma de nuevo en calcita recristalizada y forma una costra que se ennegrece por los humos y el hollín y que retiene la humedad en el interior de la piedra contribuyendo a su degradación”.
Daños en las cimentaciones y otros deterioros de algunos edificios
Otras partículas en suspensión como el hollín (partículas de carbón muy fino), los óxidos de hierro, el material arcilloso o las cenizas también pueden ennegrecer la piedra, según Moreno. Pero más allá de la contaminación del aire, los edificios y monumentos históricos pueden sufrir otros deterioros.
“Los residuos incontrolados, la cercanía a vertederos y determinados suelos que contienen sulfatos pueden producir daños en las cimentaciones”, afirma Moreno. Los proyectos de construcción en suelos sulfatados pueden ser difíciles de manejar, según indica el Gobierno de Queensland (Australia).
El organismo señala que los cimientos construidos sobre esos materiales “pueden asentarse o hundirse de manera desigual y lenta”. “Se requiere una ingeniería cuidadosa para evitar problemas de hundimiento, que pueden causar que las carreteras se desplomen y los cimientos se agrieten”, afirma.
En el caso de construcciones cerca del mar, según la experta, la presencia de cloruros puede corroer el acero de armar. En algunos casos, el deterioro comienza cuando se pierde la protección proporcionada por la cubierta de hormigón como resultado de la entrada de cloruros, según una revisión publicada en la revista Progress in Structural Engineering and Materials. Cuando la estructura se queda sin la protección del hormigón, se empieza a corroer y puede ponerse en peligro su estabilidad.
“Menos bulos, más rigor científico” es un proyecto de DKV Salud con contenido editorial de Maldita.es.